Martirio de San Pedro y San Pablo (67): Pablo llegó a Roma como prisionero pero al mismo tiempo como ciudadano romano que, tras el arresto en Jerusalén, precisamente en cuanto tal había hecho recurso al emperador, a cuyo tribunal fue llevado. El camino de san Pedro hacia Roma, como representante de los pueblos del mundo, está sobre todo bajo la palabra “una”: su tarea es la de crear la “unidad” de la “catholica”, de la Iglesia formada por judíos y paganos, de la Iglesia de todos los pueblos. Se puede decir que los dos llegaron por voluntad de la divina providencia, ambos llegaron a Roma, donde sufrieron el martirio en el lapso de pocos años. "Por su martirio, por su fe y por su amor, ambos apóstoles indican donde está la verdadera esperanza y son fundadores de un nuevo tipo de ciudad, que debe formarse en modo renovado y siempre en medio de la vieja ciudad humana, que es amenazada por las fuerzas contrarias del pecado y del egoísmo de los hombres”( Benedicto XVI).
Destrucción de Jerusalén por Tito (70): Jesús lloraba cuando profetizaba el sitio y la caída de Jerusalén, la destrucción de su lugar más sagrado - el templo, y la matanza de sus hijos (Lucas 13:1-9, 34-35; 19:41-44; 21:5-6), pero, como nación, los judíos no hicieron caso. Los discípulos de Jesús, sin embargo, se acordaron de sus palabras, y, cuando todavía quedaba posibilidad de escape, la iglesia huyó “a los montes”, tal como Jesús había dicho que hicieran (Lucas 21:20-21). Después de cuatro años de sitio y terribles privaciones para sus habitantes, llegó el 10 de agosto del año 70. El ejército de Tito logra una brecha. Las murallas, la ciudad y su templo caen. A continuación los judíos que no son matados son llevados cautivos a Roma, junto con gran botín, incluyendo los objetos sagrados del templo. De esta manera se pondría fin a la destrucción de Jerusalén.
Persecución de Domiciano(95-96): Domiciano decidió que todos los judíos debían enviar a las arcas imperiales la ofrenda anual que antes mandaban a Jerusalén (al Templo, que ya no existía). Cuando algunos judíos se negaron a hacerlo o mandaron el dinero al mismo tiempo que dejaban ver bien claro que Roma no había ocupado el lugar de Jerusalén, Domiciano empezó a perseguirles y a exigir el pago de la ofrenda. Puesto que todavía no estaba del todo claro en qué consistía la relación del judaísmo con el cristianismo, los funcionarios imperiales empezaron a presionar a todos los que practicaban «costumbres judías». Así se desató una nueva persecución que parece haber ido dirigida, no sólo contra los cristianos, sino también contra los judíos.
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